dimecres, 6 d’abril del 2016

El continente helado



El frío empezaba a ser insoportable y el viento arremetía con fuerza. El numeroso grupo de elfos, ataviados con ropajes azulados, avanzaba por la nieve con pasos lentos y temblorosos. El paisaje era monótono y tan blanco que molestaba a la vista. A espaldas de los elfos, en la lejana costa, apenas se podían ver las siluetas de las grandes velas de las embarcaciones que les habían permitido llegar a aquel lugar tan lejano.

Ningún elfo antes había visitado “el continente helado” o al menos ninguno vivía para contarlo. Era un lugar místico y desconocido aunque muchas eran las leyendas vinculadas al lugar; se hablaba de seres ancestrales, monstruos, reliquias escondidas...Pero la historia más conocida era la que contaba que el árbol que surgió de la diosa Erfa, tras su muerte, se encontraba en algún punto del continente helado.
Fuera como fuera la misión de los elfos era sencilla. Su tarea era explorar la zona y comprobar que posibilidades ofrecía para poder crear un asentamiento. El primer asentamiento élfico fuera del continente “arboral”.

La nieve era profunda y a menudo los elfos se hundían en ella. Sobretodo los soldados con sus pesadas y relucientes armaduras. Aquello dificultó su larga marcha pero poco antes del atardecer encontraron terreno firme dónde poder acampar. Unas grandes rocas casi congeladas cubrían a los elfos del viento que cada vez soplaba más furioso. No parecía avecinarse tormenta pero el viento en aquél continente parecía ser incesable. Los elfos encendieron varias hogueras y se cubrieron con mantas y ropajes para mitigar el frío agudo. El mayor de los soldados ordenó que se montaran varias guardias e indicó al resto que se alimentara y descansara también. Los sabios entonaron unos cánticos invocando el calor y pronto el ambiente empezó a ser más cálido y soportable. Aún así el frío estaba presente y la oscuridad de la noche empezó a causar temor a muchos de los presentes. Todos tenían las leyendas sobre el continente helado en sus cabezas pero sin embargo ninguno se atrevió a mencionarlas.

Radomir se encontraba sentado encima de su esterilla nueva cubierto de mantas y temblando a causa del frío. Comió algunas bayas silvestres que llevaba en un pequeño saco y se acomodó en el suelo para intentar descansar. Su sueño era convertirse en el mayor de los soldados de la ciudad de Maredar, cómo lo lo era su padre, y aquella expedición sumaria un punto importante en su currículo para alcanzar el puesto. Sin embargo tenia que mostrar valor, más que los demás, para demostrar que era un digno sucesor de su padre. Pero el hijo del mayor de los soldados era prácticamente un niño y el temor afloraba con facilidad en su cuerpo. Antes de cerrar los ojos Radomir observó el gran mar de estrellas que se observaban relucientes en el cielo oscuro. Un cielo que se observaba bastante diferente si se comparaba con las vistas desde el continente arboral.

Uno de los sabios empezó a hablar sobre las estrellas que adornaban aquella noche el cielo y un grupo de elfos se situó a su alrededor para escuchar con atención el relato. El sabio también se atrevió a hablar sobre las leyendas del continente de manera realista sin causar ningún miedo ni temor a nadie. Las palabras de Firidir cautivaban el público y también su manera de expresarse. Lanzaba preguntas al aire y dejaba que los presentes reflexionaran unos instantes para continuar con su relato de nuevo. Todos conocían a Firidir o habían escuchado hablar de él. Era bastante famoso pese a su corta edad. No solo destacaba por sus conocimientos y su magia, sino también lo hacía porque era el sabio más cercano al resto de los elfos. No servía a ninguna ciudad ni a ningún colectivo, sino que viajaba por el continente “arboral” estudiando y charlando con todo el que pudiera. Firidir insistía en que era capaz de aprender algo nuevo de cada uno de los elfos con los que tenía el placer de mantener una buena conversación.

Radomir empezó a sentir como su cuerpo se relajaba y pronto se quedó dormido mientras escuchaba la historia del sabio acerca de unas estrellas que él mismo contempló cómo descendían hacia Terrara y alzaban el vuelo de nuevo. Aquella noche soñó con aquella historia y algunas otras, pero de una manera placentera que le permitía descansar en aquel entorno tan desfavorable.

El amanecer fue frío y desagradable pero pronto el sol empezó a reconfortar al grupo de elfos que se encontraba de nuevo avanzando por la nieve interminable. El terreno empezaba a ser más rocoso y la marcha del grupo se agilizó considerablemente. A a pocos quilo-metros de distancianse divisaban unas colosales montañas afiladas a las que el grupo llegó a media tarde. Lo más interesante que vieron durante la jornada – a parte de las grandes extensiones de nieve y roca – fueron unos animales que nunca antes habían visto. Eran parecidos a los ciervos pero su tamaño era mucho menor y su pelaje erea tan blanco que se camuflaba con la nieve. Firidir los apodó “ Camuflanieves” y vieron a muchos de ellos antes de llegar a las montañas dónde curiosamente no había ninguno.

Los elfos montaron el campamento a los pies de las montañas fascinados por su magnificencia. Algunos se mareaban cuando alzaban la vista e intentaban abarcarcars grandes dimensiones del accidente geográfico. Antes de que el sol se hubiera puesto, Firidir y los demás sabios ya estaban entonando los cánticos para caldear el ambiente. Sin embargo sus susurros fueron interrumpidos, junto con el resto de voces por un gran sonido estrepitoso que parecía provenir del mismo interior de las montañas. Pronto otro sonido de muchas rocas deslizarse indicó a los recién acampados que se trataba de un desprendimiento. El campamento fue casi destruido y algunos elfos perecieron aplastados o golpeados por las rocas que no paraban de caer furiosamente. Algunos elfos crearon escudos mágicos improvisadamente pero ninguno resultó para frenar el impacto de las enormes piedras.
Los supervivientes se alejaron de la zona a toda prisa presas del pánico mientras el derrumbamiento continuaba. La montaña parecía desintegrarse y el radio de su destrucción era cada vez más amplio.
Firidir se había metido en muchos altercados durante sus viajes pero nunca se había encontrado escapando de un mar de rocas que en cualquier momento podría alcanzarlo. Las piedras pasaban veloces por su lado y por suerte ninguna llegó a alcanzarle.

Solo los elfos más rápidos lograron escapar de aquella montaña ahora descompuesta. Algunos estaban heridos y Firidir se apresuró a atender a los que su vista logró alcanzar. El humo de polvo y nieve dificultaba notoriamente la visión. Radomir se encontraba tendido en el suelo respirando con dificultad y observando detenidamente el antiguo emplazamiento de la montaña a través del mar de polvo que se havia originado. Le pareció ver una figura colosal alzarse imponente pero no estuvo seguro hasta que esta empezó a moverse con lentitud. Un ruido estremecedor, parecido al anterior del derrumbamiento, se volvió a escuchar por toda la zona . Parecía un rugido ahogado mezclado con el retumbar de la tierra al moverse. Entonces la escena fue visible de nuevo y todos los elfos supervivientes pudieron contemplar una criatura perteneciente a las antiguas leyendas.

Se trataba de un gigante de hielo que avanzaba lentamente hacia los elfos estupefactos. Era tal y cómo las leyendas los describían. Espantoso. Cada paso del gigante recorría una gran distancia y se llevaba con el enormes rocas que dificultaban su lento paso. La criatura era casi del tamaño de la antigua montaña y su cuerpo estaba formado de escarcha y hielo. Sus grandes facciones eran cuadriculadas pero se asemejaban a las de los propios elfos. Solamente las orejas eran distintas siendo estas circulares en vez de puntiagudas.

Radomir gritó el nombre de su padre en alto pero no obtuvo ninguna respuesta. El mayor de los soldados de Maredar no parecía encontrarse presente y Radomir temió que su padre estuviera muerto. De todas formas no tenía tiempo para lamentarse si no quería ser aplastado por el coloso azul.
Los elfos restantes empezaron a correr desesperados escapando del gigante de hielo, que en un par de pasos los alcanzaría. Afortunadamente sus pasos eran lentos y quizá algunos elfos lograrían escapar.
Firidir ayudaba a un joven elfo herido a caminar mientras observaba como los demás se le adelantaban gritando y resbalando por la nieve. Radomir cogió por el otro lado al elfo herido y entre los tres lograron avanzar un poco más rápido. Sin embargo el suelo empezaba a temblar bajo las fuertes pisadas del gigante que estaba a punto de alcanzarlos. Entonces Firidir canvió de dirección pensando que tenían alguna oportunidad de sobrevivir. Se desviaron a la izquierda dónde el sabio creía que el terreno descendía ligeramente.
El gigante de hielo también cambió de rumbo y su maniobra lenta ofreció a los tres elfos un tiempo muy valioso. Radomir sólo seguía atónito las instrucciones del sabio mientras el tercer elfo permanecía casi inconsciente usando sus piernas por inercia. Cuando Firidir consideró que el terreno descendía lo suficiente empezó a entonar un cántico que apenas era perceptible, era ensordecido por el retumbar de las pisadas del gigante de hielo. No obstante las palabras del sabio eran pronunciadas una tras otra. Firidir ordenó a Radomir que llevara el herido mientras él se sentaba en el suelo y entonaba de nuevo el cántico. De sus bolsillos sacó unas piedras, azuladas casi transparentes, que depositó en la nieve y que empezaron a brillar con fuerza. Radomir gritaba al sabio que se apresurara mientras descendía por la cuesta ayudando al elfo herido que apenas podía mantenerse en pie. Firidir no se movió de su sitio y empezó a mover las manos y los brazos canalizando una energía incolora que emanaba de las piedras azuladas. Un viento fuerte empezó a soplar en su dirección invocado por el sabio. Radomir y el elfo herido fueron empujados por la ráfaga recién levantada y rodaron por el terreno inclinado a toda velocidad. El hijo del difunto mayor de los soldados se encargó de sujetar la cabeza del herido para que no se lastimara la cabeza.
El cántico de Firidir cesó cuando el gran pie de hielo del gigante estalló con fuerza contra el suelo unos metros por delante de él. El sabio alzó la vista y contempló la colosidad de aquel gigante cuyo próximo paso supondría la muerte del elfo. Escapando de su perplejidad Firidir empezó a correr pendiente abajo mientras observaba en el suelo la sombra gigante del gran pie que pronto lo aplastaría. Entonces el sabio se tiró de cara contra el suelo y resbaló por la nieve velozmente empujado por la improvisada ráfaga de viento que empezaba a reducir su potencial. Firidir resbaló hasta que el terreno fue llano de nuevo. Se levantó empapado, adolorido, y empezó a correr de nuevo no sin antes echar la vista atrás. El gigante de hielo descendía también en busca de los elfos pero su grandes piernas se hundieron profundamente en la nieve paralizando-lo parcialmente. Sin embargo provocó unas avalanchas que por poco alcanzaron el sabio elfo que seguía trotando apenas sin aliento. El gigante de hielo logró continuar avanzando a través del hielo y de la nieve. Pronto estaría andando normalmente de nuevo.

Firidir se reunió con Radomir y el elfo herido poco antes de llegar a la costa mientras el gigante los continuaba persiguiendo desde bastante lejos. La criatura seguía rugiendo contemplando cómo sus presas se alejaban cada vez más de él. Los tres elfos caminaron de noche hasta el amanecer dónde no encontraron ningún otro elfo. Solo quedaba una de las embarcaciones y Radomir sospechó que los supervivientes habían partido hacia el continente arboral de nuevo. Los tres elfos embarcaron en el barco restante y después de esperar algún tiempo por si aparecían más supervivientes emprendieron el rumba de regreso a casa. Mientras el barco se alejaba Firidir y Radomir observaron como el gran gigante de hielo avanzaba lentamente hacia la costa hundiéndose en la nieve y rugiendo manifestando toda su impotencia


Aquella corta expedición en el continente helado desencadenó medio año después uno de los acontecimientos más atroces conocidos en la historia de Terrara. La guerra de los gigantes de hielo y su ataque a la ciudad de Firer. Por primera vez todos los elfos del continente arboral se unieron para hacer frente a la gran amenaza. 

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