dijous, 14 d’abril del 2016

El dominio del maná.



Los viajes a Maredar fascinaban al sabio elfo Yorir. Solo tenia la oportunidad – o el deber – de viajar a la gran ciudad una vez al año. Su tarea era asistir al consejo de sabios y también obtener el maná más puro de todo el continente Arboral. Más que un viaje podría decirse que se trataba de una peregrinación. No era el único sabio que visitaba Maredar para obtener maná o aprender más sobre su uso. Muchos otros hacían lo mismo que Yorir e incluso más frecuentemente.

El maná se podía encontrar en prácticamente cualquier lugar si uno sabía buscarlo adecuadamente. Los bosques, por ejemplo, eran una fuente abundante de maná, y también los lagos y algunas zonas del mar. Pero el lugar optimo para recoger dicha esencia fácilmente era la cueva que se encontraba en una pequeña isla cercana a la ciudad de Maredar. Todos la conocían como “La cueva del maná”.

Yorir era curandero también y recolectaba maná del bosque a diario para atender a los enfermos. Sin embargo visitar la cueva del maná era maravilloso para cualquier elfo capaz de relacionarse con la esencia mágica. Además la ciudad de Maredar estaba repleta de sabios y curanderos con los que intercambiar conocimientos. El viaje a Maredar también era para Yorir un viaje de placer. El simple hecho de abandonar el bosque de Enger por unos días era motivo suficiente para alegrar la actitud siempre apagada del sabio curandero. No es que en su pequeña ciudad, construida en lo alto de los arboles, no tuviera amigos o gente con quien charlar, pero el hecho de cambiar de aires sentaba especialmente bien al sabio.

El momento tan esperado llegó, un día soleado de verano, y el sabio Yorir emprendió su camino con energía. Abandonó el maravilloso y hermoso bosque de Enger y su dirigió hacia el nordeste. El viaje a pie a la ciudad de Maredar era interminable, pero por suerte -o por desgracia – siempre le acompañaba un guardián. Aquella vez le acompañó Ciris, un joven guardián de pocas palabras pero agradable. Ciris llevaba con él un gran saco lleno de armaduras y cuchillos con la intención de que el herrero de Maredar las reparara.

Tardaron tres noches y cuatro días en llegar.
Cómo cada año las grandes puertas azuladas de la ciudad maravillaron al sabio. Y más aún a Ciris, que nunca antes había visitado la gran ciudad. El joven guardián se dirigió en busca del herrero de la ciudad y Yorir asistió al consejo de sabios, situado en una gran fortaleza rocosa que se adentraba parcialmente en el mar.

El consejo fue largo y enriquecedor, cómo siempre lo era. Se debatieron temas entorno al uso del maná y cómo cada año cada sabio explicó sus experiencias o inquietudes. Un curandero de la ciudad presentó a los demás un nuevo tipo de hechizo curativo: consistía en impregnar de maná un tipo especial de alga marina que al aplicarse en el cuerpo lograba acelerar el proceso de cicatrización de las heridas. Finalmente se trató la muerte del sabio de la naturaleza y de los animales y entonaron unas canciones en su memoria. Era la primera vez que no se encontraba sentado junto al resto de grandes sabios y, pese a que sus aportaciones eran escasas y sus intereses diferentes a los del resto, su ausencia era notoria. A continuación algunos sabios de la estancia se apresuraron en descalificar a la aprendiz del difunto que ahora ocuparía el lugar de sabia de la naturaleza y los animales. Hacía años que conocían a Animaris pero la elfa casi nunca asistía a los consejos. Aquello enfadaba al resto y sobretodo después de la muerte de su mentor. Yorir sin embargo empatizaba con Animaris. Los dos eran elfos que pertenecían a los bosques y muchas veces los problemas o debates que surgían en el consejo apenas les afectaba. De todas formas el difunto sabio quería que Animaris fuera su sucesora y nadie podía revocar dicho deseo.


Cuando el consejo finalizó – avanzada la noche – Yorir se dirigió hacia la posada acompañado de otros sabios viajeros. En el acogedor edificio se encoraba Ciris rodeado de elfas curiosas que se acercaban a él para escuchar historias sobre el bosque de Enger y la ciudad de Nobiru. El posadero sirvió vegetales gratuitamente a los sabios recién llegados y después les ofreció el mejor vino de la ciudad. Ciris nunca había probado el vino y abandonó a las elfas para reunirse con el grupo de sabios.


La mañana del día siguiente fué idónea para embarcarse hacia la isla del maná ; apenas soplaba viento ; el sol brillaba moderadamente ; el mar estaba en calma ; y el almuerzo gratuito de la posada fue espléndido.
Yorir se encaminó hacia una parte especial del embarcadero dónde solo los sabios podían acceder. Unas alargadas pero pequeñas embarcaciones de madera eran el transporte oficial para visitar la cueva del maná. Un robusto elfo se encargó de remar para llevar a Yorir hacia su destino.

La cueva del maná se encontraba en una pequeña isla rocosa castigada por la erosión. En una pequeña montaña se abría una grita por la que Yorir se adentró. El elfo que llevaba los remos lo esperó en el exterior.
El pasadizo que el sabio recorría era estrecho y cada vez más oscuro. Yorir sacó una piedra azulada de uno de los múltiples bolsillos de su túnica blanca ; pronunció unas palabras y la piedra empezó a brillar para alumbrar el camino. Pronto Yorir llegó a unos pequeños e irregulares peldaños que descendían poco a poco hacía las profundidades de la cueva. El sabio bajó poco a poco asegurándose de no resbalar por aquel suelo húmedo y traidor.
Finalmente el pasadizo descendiente terminó y Yorir pudo contemplar la hermosa estatua de la diosa Erfa.
La luz que la piedra proporcionaba al sabio ya no era necesaria. Yorir se encontraba en una sala – bastante circular – totalmente alumbrada por esencias de maná que aparecían de cada rincón. El agua entraba en aquella estancia y de los charcos que creaba brotaban grandes cantidades de maná, que a su vez se fusionaban con el entorno azulado místico. Yorir pasó mucho tiempo paseando por la cueva asegurándose de recoger con delicadeza la esencia tan preciada. El sabio curandero utilizó unas piedras especiales que absorbieron el maná del entorno como si de esponjas se trataran. Después las guardó en un saco de tela y, no sin antes despedirse de la diosa Erfa, se dirigió hacia el exterior de nuevo donde el barquero lo llevo de vuelta hacia la ciudad.

La visita a la gran ciudad de Maredar estaba a punto de acabar y tanto Yorir como su acompañante guardián giraron su vista atrás mas de una vez mientras avanzaban por el camino de regreso a su hogar. Las murallas de la ciudad azulada cada vez quedaban más lejos.
El bosque de Enger esperaba su regreso y sobretodo los habitantes de Nobiru. Pasaría otro año entero antes de que el sabio curandero tuviera la fortuna de volver a emprender aquel viaje tan enriquecedor que cada año esperaba con ansia.


Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada